El Regidor. (San Antonio, Tex.), Vol. 3, No. 134, Ed. 1 Saturday, September 12, 1891 Page: 2 of 4
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D. MANUEL IBO ALFARO.
(Continúa )
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' «i—■-i* U r-ñ*
—A cualquiera enajenaría
verse amado de una jóven tan
divina como Julia. También
hemos hablado de la tenaz re-
sisteñeia que su mamá opone
á vuestras relaciones.
—Y sobre ese punto, ¿cómo
se lia expresado?
—¿Quién, Julia?
—Sí.
—Como en todos los demás;
jurándome que abandonará
riquezas y abandonará padrea
por enlazarse á tí.
Gilberto loco de amor, de
placer y de agradecimiento,
levantó al cielo sus ojos ba-
ñados en lágrimas.
Una luna plateada, cual
astro de melancolía, recibió
aquellas lágrimas.
—¡Cuánto hubiera dado,
dijo Alejandro, porque til nos
hubieras escuchado oculto,
cuando hablábamos de vues-
tra pasión!
—¿Por qué? preguntó Gil-
berto sonriendo involuntaria-
mente.
—Porque á medida que ha-
blábalos iba tomando Julia
un aire de belleza, de subli-
midad, que me encantaba, y
luego como siempre viste con
esa graciosa sencillez, estaba
hermosísima.
—^Llevaba una bata de
chaconada azul?
—Justamente.
—jY un mantón de Manila
encarnado?
—Sí; ¿pero cómo sal>es eso?
Gilberto se sonrió con amo-
roso orgullo.
—Es el traje que llevaba,
dijo, la primera mañana que
la vi en la ('asa de campo; la
he asegurado que es el que
más me gusta de cuantos tie-
ne, y me prometió usarle en
casa siempre que le sea posi-
ble; porque dice que cuando
lo lleva se le figura qua está
conmigo.
—Adiós, chico; prosiguió
Alejandro tomándole la ma-
no; me marcho que es tarde:
considérate feliz, porque po-
sees una perla sin precio, y
has vencido á cien rivales.
—Adiós.
—Hasta la vuelta.
—Buen viaje.
Los dos amigos se separa-
ron.
Cuando Gilberto subió á
casa, ya estaba su padre en
cama, le beBÓ la frente como
de costumbre, y se retiró á su
gabinete.
Su gabinete tenia abierta
la ventana, por la cual pene-
traba un rayo de luna.
Desde ella se descubría el
campo, los montes, las estre-
llas; el cielo.
Gilberto estaba agitado; su
corazon era un volcan.
Las escenas ocurridas oon
su padre, lo hablan entriste-
cido al infinito; la conversa-
cion oon Alejandro lo habla
llenado de gozo.
£1 gozo y la tristeza Juntos
despedazan el alma.
Gilberto tenia aquella no-
che el alma despedazada.
Primero se sentó en su ca-
ma meditabundo: despues se
asomó á la ventana: miró la
luna,lasnubesy las estrellas;
y cual si en la luna, las nu-
bes y las estrellas descubrie-
ra una imágen seductora, cla-
vó en ellas los ojos, y exha-
lando un profundo suspiro se
sentó á la mesa pálido, tomó
la pluma y escribió en su dia-
rio.
20 de Junio,
4kHoy ha sido para mí un
dia terrible; un dia que ja-
más se borrará de mi memo-
ria; por vez primera he enga-
ñado á mi padre, diciéndole
que me han despedido del co-
legio [K r una intriga. No ha
sido así: me han despedido
porque hace cerca de un mes
que no asisto á tiempo; así
me lo dice el director en una
carta que para mí ha entre-
gado al portero; y tiene razón
el director; pero yo no puedo
separarme de mi Julia: una
mirada de suh ojos, una son-
risa de sus lábios valen para
mí más que el oro del Perü,
más que los laureles de la
fama.
Esta tarde he llevado una
tarde fatal; mi ]*>bre padre
me ha traspasado el alma.
ICómo se acomoda con las pri-
vaciones! ¡Cuánto me hace
sufrir con su heróica resigna-
ción!
Me halaga la idea de que
unido con Julia, podré pro-
porcionarle una vejez más so-
segada que la que disfruta el
infeliz.
Julia mia, ámame; y si los
espíritus invisibles que presi-
den la noche, quieren servir
al hombre más apasionado
del mundo, recibe, Julia, el
beso de amor que con ellos te
envia tu Gilberto."
Gilberto se levantó agitado,
entornó la ventana, se acostó,
y apagó de un soplo la luz
que había colocado en una si-
lla junto á su humilde cabe-
cera.
CAPITULO VI.
El padre y el hijo.
Veinte dias habian trascu-
rrido despues de la tarde en
que el señor de Velase,o y su
hijo tuvieron la conversación
que presenciamos; y por lo
tanto veinte dias también
despues que Alejandro fué á
despedirse de Gilberto para
Par i s.
Veinte dias fué el término
que Alejandro dijo que iba á
emplear en su viaje; por lo
que en el momento á que nos
referimos, ya debia estar de
vuelta.
Sin embargo; tendamos ti-
na mirada, aunque á la lige-
ra, sobre los acontecimientos
que en esos veinte dias ocur-
rieron al enamorado Gilberto.
La mafiana siguiente á la
tarde de que hemos hablado,
marchó Gilberto muy tempra-
no, como de costumbre, A la
Casado campo.
Siempre que se dirigía A e-
se delicioso verjel iba conten-
to, porque siempre iba á jun-
tarse con. la mujer á quien
amaba, instante el más deli-
cioso para el hombre; pero en-
tóneos iba frenético de gozo,
porque frenético le habia
puesto la relación de su ami-
go Alejandro, cuando le dijo
que Julia le amaba y que le
amaba con delirio.
Deseaba verla para darle
las gracias, para gozar en
dárselas; para adorar por re-
conocimiento y por amor a-
quella mujer á quien hasta
entónces habia adorado sólo
por amor.
De este modo, caminando
Gilberto entre frondosas ala-
medas, de flores tachonadas
y de pájaros cubiertas, llegó
á la fuente.
Fijó su vista en el poyo,
donde seductora, anhelante,
acostumbraba á esperarle Ju¡
lia; pero Julia no estaba.
Al principio recibió Gilber-
to una impresión terrible;
mas en seguida murmuró:
—¡Bah!.. ¿por qué no ha
de venir un dia despues que
yo?
Y tranquilo con estas refle-
xiones se sentó en el mismo
asiento, en que otras veces
aguardaba á él Julia.
Allí, aspirando ese aroma
suave, encantado, divino, que
en las primeras horas de una
mañana de junio, brota de
los árboles; de las yerbas, de
las flores, de las fuentes, se
entregó á las gratas ilusiones
que cual torrente mágico sur-
gen de un corazon enamora-
do; y procuraba adormecerse
al dulce influjo de sus mis-
mas ilusiones, para que de
aquel adormecimiento lo sa-
case la llegada de Julia.
Pero Julia no llegaba.
Cada persona que entraba
en la plaza de la fuente le pa-
recía Julia.
En este estado de esperan-
za dieron las siete.
Entónces Gilberto se alar-
mó. jK>rque á las siete ya lle-
vaban otros dias una hora de
paseo.
No habrá podido venir;
murmuró con melancolía.
Y entre la duda de irse ó
no irse, esperó otra media
hora.
En aquel instante le asaltó
una idea.
,—Se habrá marcliado acaso
por alguna otra calle de Ar-
boles, y me estará aguardan-
do tan impaciente como yo la
aguardo á ella: ¿me liaría
ayer alguna advertencia, que
)>ara mí, absorto en contem-
plarla, pasó desapercibida?
Semejante reflexión, en ex-
tremo fütil para «I que la es-
cucha á sangre fría, agitó con
fuerza el Animo de Gilbertos
—¿Y quién me sacarA de es-
ta duda? se preguntó luego.
—Nadie sino el guarda de
la puerta; se respondió él mis-
mo.
Y azaroso cruzó largas ala-
medas tan pintorescas para
su corazon otros días, y se a-
ceroó al guarda, que oon su
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V
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Cruz, Pablo. El Regidor. (San Antonio, Tex.), Vol. 3, No. 134, Ed. 1 Saturday, September 12, 1891, newspaper, September 12, 1891; San Antonio, Texas. (https://texashistory.unt.edu/ark:/67531/metapth192933/m1/2/: accessed April 19, 2024), University of North Texas Libraries, The Portal to Texas History, https://texashistory.unt.edu; crediting UT San Antonio Libraries Special Collections.