El Regidor. (San Antonio, Tex.), Vol. 3, No. 141, Ed. 1 Saturday, November 7, 1891 Page: 2 of 4
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Gilberto levantó maquinal-
mente los ojos al cielo, exbaló
un leve suspiro, y agarrándose
convulso á la pared, marchó
poco á poco, jadeante, desva-
necido, y se dejó caer de golpe
sobre la cama.
Gilberto estaba amarillo,de-
sencajado.
Gilberto tenia la cartfl en la
mano.
Gilberto no lloraba; Gilber-
to no pestañeaba; sus vitreas
piipilas estaban lijas en los te-
chos.
De esta manera terrible se
deslizaron algunos minutos;
pasados los cuales experimen-
tó aquel jóven uua "iolenta
reacción.
Exhaló tiii profundo suspiro;
se cubrió su rostro de palpi-
tante encarnado. cual si su
• *
sangre hirviera; afluyó á sus o-
jos un raudal de lágrimas, y su
cuerpo fué víctima de una con-
vulsión espantosa.
En medio de esta convulsión
que lo sofocaba; entre las a
berraciones de una fiebre na-
ciente, se aplicó la carta á la
vista; la leyó dos, tres, cuatro
veces; y á medida que la leia,
temblaba, y lloraba y revol-
caba sobre los colchones.
Pelo esta maldita cualidad
«leí espíritu humano que huye
de la verdad más clara, para
buscar la mentira, con tal que
la mentira sea agradable, cegó
a Gilberto hasta el punto de
exclamar:
—¿Por qué me aflijo aún, si
esta letra tal ve/ no sea de Ju-
lia ? } será acaso una intriga
fraguada contra ella y contra
mí?
En este momento se abrió la
puerta y apareció Alejandro.
Gilberto lanzó un grito de
sorpresa; y los dos amigos per-
manecieron abrazados unos
instantes.
Luego Alejandro se sentó
en una silla junto á la cama;
pero Alejandro estaba triste.
Dirigió una mirada á la cai-
ta, otra al rostro desencajado
de su querido amigo Gilberto,
y guardó silencio.
—¿ Estás abatido,amigo mió ?
exclamó Gilberto: ¿nada me
dices?
—Qué quieres que te diga?
hay momentos -n la vida, en
que nada se puede decir.
Mira esta carta fatal.
—No me la enseñes,Gilberto.
r—Mírala á ver si la letra es
de Julia.
—vNo necesito mirarla; suya
es.
—¡Dios mió! ¿pues como lo
sabes ?
/—Porque ella me lo ha di-
cho.
Entónces Gilberto arrojó al
suelo la carta; lansó un gemi-
do de horror; se tiró de los ca-
bellos, y revolcándose en la ca-
ma, vertió torrentes de lágri-
mas.
Alejandro le tomó de la ma-
no; y con el tono de un amigo
afligido, le habló de esta ma-
nera:
—Gilberto; este es el instan-
te en que, ñas de hacer ver á
tus amigos, que aprecias tu
dignidad.
Gilberto lloraba; y las lá-
grimas que en abundancia ver-
tía, aplacaban su convulsión, ó
iban templando por grados su
freuesí.
—Un hombre vale siempre
más que una mujer porque su
destino en el mundo es más
grande: tú vales mucho, por-
que tienes un padre anciano
qwe depende de tí.
Gilberto fijó los ojos en el
rostro de Alejandro.
Ya no lloraba.
Su agitación se habia con-
vertido en profunda melanco-
lía, en abatimiento extraordi-
nario.
—nEs forzoso que te tranqui-
lices; que mires por tu salud,
que tu salud no es tuya; es for-
zoso que te acuestes para que
descanses.
—Díme,Alejandro; murtnu;
ró Gilberto, como si distraído
en sus aberraciones, no hubie-
ra escuchado nada de lo que
Alejandro le habia dicho:
—¿ Has visto tu á Julia?
—La vi anoche.
—¿ En donde?
— Kn un baile.
,—¿ Estaria hermosa?
— ; Qué te importa á ti eso?
—nKs verdad, ya no me im-
porta. ¿Y donde se dió ese bai-
le?
— En su casa.
—y ('on qué objeto?
,—Gilberto, me asesinas; si
no tienes compasion de tí, ten-
la de mí.
—Si tú tienes compasion de
mí, díme por Dios con qué ob-
jeto se celebró ese baile.
,—¿Quieres «pie te pegue un
pistoletazo, Gilberto? ¿eres tan
cruel, que te empeñas en (pie
tu amigo Alejandro te de un
golpe fatal ?
—Di nielo. i
—-No seas tenaz, Gilberto.
Si tú nada tienes que ver ya
con esa muchacha, ¿por (pié
pretendes que yo padezca y
(pie te haga padecer a tí?
—SA mí no me haces padecer,
soy más valiente de lo (pie
crees; estoy muy tranquilo;
|>ero díme para (pié se celebró
ese baile.
Alejandro se desesperaba.
—Habla, Alejandro; repitió
Gilberto.
—Puesto qu« te empeñas en
(pie yo sea tu verdugo. . . .se
celebró el baile para lo mismo
(pie ella te dice en su carta.
—«Su carta no me dice nada
del baile. ¡
—Para solemnizar sus próxi-
mas bodas.
Gilberto se sonrió; pero a-
quella sonrisa hizo daño á A-
lej andró.
—¿Estaria muy herniosa?
murmuró luego.
^-Mira, Gilberto; no hables
tonterías; acuéstate y descan-
sa.
—Sí; me acostaré ahora mis
mo; pasaré en cama el último
día de mi vida.
Afejandro se le quedó mi-
rando.
quién te va á quitar
la vida? le dijo en tono serio.
—Yo.
^—¡Tú! ¡imbécil! jy qué
derecho tienes tú sobre tu vida ?
—¿Pues de quién es mi vida?
—De tu padre.
—Pues que mi padre sufra
por mi los tormentos que está
sufriendo mi pecho. No puedo
más Alejandro. Tú que has
comprendido mi corazon; tú
que sabes cómo he amado á
esa mujer... .tú, tú que lo sa-
bes, Alejandro, sabrás lo que
yo padezco, ahora.
Alejandro vertía en silencio
amargas^ lágrimas.
—¿Cuándo se casan? pre
guntó Gilberto.
—No lo sé, respondió Ale-
jandro, más afligido que Gil-
berto.
—Cuando se casen, Alejan-
dro, ya será cadáver tu amigo.
—Mi amigo está loco esta
mañana; por [lo cual, le dejo
disparatar cuanto guste.
—Tu amigo pondrá fin á su
vida con una pistola.
—N¡ Miserable! gritó Alejan-
dro irritado, porque creia las
amenazas de Gilberto; piensa
(pie tienes un padre que de-
pende de tí.
—Piensa que el dolor que
me devora es superior al cari-
ño (pie se puede profesar á un
padre.
—Y <pie ese padre morirá
tan luego como mueras tú.
—También mi padre ha pa-
decido mucho; ¡pobre padre!
¡los dos descansaremos en la
tumba! sabes, Alejandro, que
por ver á esa mujer, perdí una
cátedra; y perdiendo esa cáte-
dra, no tuve para comprar ci-
ganos á mi padre: y mi pobre
padre está sin fumar!. .
—¡Qué dices! exclamó Ale-
jandro.
—Que hace ocho dias que
mi padre no ha fumado, .y pa-
dece tanto, .y calla el pobre. .
y todo lo sufre porque yo vea
á Julia; y mira Juliael premio
(pie me ha dado.
—) Pero es cierto (pie tu pa-
dre está sin fumar ? voy á darle
cigarros.
—¿Llevas ahí ?
—Ricos puros americanos.
—Pues dále uno: ¡te lo agra-
decerá tanto/
—NVoy corriendo; y miéntras
acuéstate.
Sí, díle que estoy enfermo.
-"-Alejandro; dijo Gilberto:
¿tienes dos cuartos?
Toma un Napolton:¿qnierea
más?
,—No: muchas gracias.
Alejandro salió conmovido
del gabinete: y Gilberto llo-
rando se sentó á la luesa.
—¡No tenia dos cuartos pa-
ra un sello!, .murmuró.
Y escribió én un pape! estas
palabras:
"Señorita Julia: he recibido
la carta de usted, y la contesto
con objetp de tranquilixar su
couciencia.
Yo m* acuso á usted de in-
constante; porque jamás me ha
dado usted pruebas de amor;
y si demasiado delicada usted
áun dudara de esto despues de
'
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Cruz, Pablo. El Regidor. (San Antonio, Tex.), Vol. 3, No. 141, Ed. 1 Saturday, November 7, 1891, newspaper, November 7, 1891; San Antonio, Texas. (https://texashistory.unt.edu/ark:/67531/metapth192940/m1/2/: accessed April 25, 2024), University of North Texas Libraries, The Portal to Texas History, https://texashistory.unt.edu; crediting UT San Antonio Libraries Special Collections.