El Regidor. (San Antonio, Tex.), Vol. 9, No. 347, Ed. 1 Thursday, January 16, 1896 Page: 2 of 4
four pages : ill. ; page 24 x 17 in. Digitized from 35 mm. microfilm.View a full description of this newspaper.
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biendo y el nombre de la estafeta A donde desean
que se les dirija.
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regularidad sírvanse dar aviso A esta oficina; de
lo oootrario.no somos reapoosables por faltas.
pora todo asunto concerniente A esto perlá-
tico, diríjanse A Pablo oras, calle de Matamo-
roa, 406.
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Dr. Pedro Batista
Graduado en el Colegio de San Carlos, Madrid
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LOS AMORES
DE NICOLAS H.
HISTORIA ROMANTICA.
Antes del fallecimiento de Ale-
jandro III hablaron varios perió-
dicos de los amores, reales ó su-
puestos, del entonces czarewitz con
una hermosa judia,con la cual su-
poníanles desposados en secreto.
Hasta llegó á decirse que se ha-
llaba dispuesto el principe á re-
nunciar al trono antes de abando-
nar á la compafiera que habla
elegido,explicándose también por
aquella causa las dilaciones de la
boda de Nicolás II, con la actual
emperatriz.
Ahora vuelven á resucitar los
periódicos italianos esta historia,
que ha tenido un desenlace trá
gico, pues la amante del Czar al
verse abandonada se ha suicida-
do.
Llamábase Labuska.de apellido,
y era de origen polaco y no judía,
como se habia dicho, aunque sus
padres profesaron la religión mo
sáica. Desde niña llamó la aten-
ción por su hermosura.
A los diez anos entró en una es-
cuela de baile y á los diez y siete
debutó en la Opera de Varsovia,
vió á la Labuzka, y se enamoró
perdidamente de ella. Esta pasión
aumentó por la resistencia de la
joven,que no cedió á las lisonjas,
á las riquezas, ni á las promesas
del heredero del imperio.
En esta lucha,si Nicolás,se que-
mó las alas en las llamas del
amor, la Labuska, colgó para
siempre su traje blanco, rosa ó
azul... .de bailarina.
El carácter tímido y dulce del
joven príncipe, su sinceridad evi-
dente y hasta su ingénua delica-
deza, convirtieron esta pasión
en un efecto vivo y duradero.
Nicolás, se trasladó con la La-
buska, á Varsovia. El Czar Ale-
jandro III, sujk) todo esto é inti-
mó al hijo para que regresase in-
mediatamente á San Petersburgo.
El enamorado czarewitz desobe-
deció la orden paterna, y se ori-
ginaron actos violentos, con mu-
cho trabajo sofocados por la eti-
queta entre el padre y el hijo. Dí-
cese en Rusia, que un sacerdote,
en el Cáucaso, los unió en matri-
monio. Labuska, tenía entónces
diez y nueve años, Nicolás, vein-
tiuno.
Las venturas de la Labuska,
fueron muy breves. A pesar de la
0]K>sición del czarewitz, su boda
con la princesa de Hesse, se hizo
inevitable por la expresa volun-
tad de Alejandro III. El gran du-
que Sergio, fué el encargado de
manifestar á la ex-bailarina que
debía perder toda esperanza. A
los pocos dias del matrimonio
del nuevo emperador,
su antigua amante se suicidó en
Odessa, después de escribir á Ni-
colás II, una extensa carta, ro-
gándole que velase por los dos
hijos, fruto de estos amores, ter-
minados de una manera tan dra-
mática.
Tal es la historia que cuentan
los periódicos italianos, y proba-
blemente nunca se pondrá en cla-
ro si se trata de una novela ó de
un hecho real y verdadero.
,M K 7ir ,
-i* f '
t , C;
He aqui lo que nos refirió cü
anciano marqués de Arville al fi-
nal de la comida del día de San
Humberto en casa del barón de
Ravels.
Los comensales hablan matado
un ciervo durante el día.
El marqués era el único de los
convidados que no habla tomado
parte en aquella empresa, porque
nunca cazaba.
-Señores- dijo M. Arville—
no he cazado en mi vida, ni tam-
poco mi padre, ni mi abuelo ni mi
bisabuelo.
Este último era hijo de un hom
bre que cazó más que todos uste-
des y que murió en 1704, voy á
decirles á ustedes cómo.
Llamábase Juan, era casado y
vivía con su hermano menor,
Francisco de Arville, en su cas
tillo de Lorena, situado en pleno
bosque.
Francisco había permanecido
soltere por amor á la caza.
Los dos hermanos cazaban to
do el afio sin ocuparse en otra
cosa que en su pasión favorita.
Uno y otro eran muy corpulen
tos y robustos, y daba gozo ver
les montados á caballo en el mo
mentó de partir para la caza.
Durante el invierno de 17(54 el
frío fué extraordinario y abunda
ron de una manera espantosa los
lobos.
Atacaban éstos á los aldeanos
retrazados, rondaban de noche al
rededor de las casas y saqueaban
de continuo los establos.
Hablóse por entónces de un
lobo colosal que había devo-
rado dos niflos, comido el brazo á
una mujer y dado muerte á infi-
nidad de perros
Todos los habitantes del país
aseguraban haberle visto de lejos,
y no tardó en difundirse el pánico
por toda la provincia.
Desde que se ponía el sol nadie
se atrevía á salir de su casa.
Los hermanos de Arville resol
vieron perseguir al animal y ma-
tarle y convidaron á grandes ca-
cerías á las personas de mayor
viso en el país.
Pero todo fué en vano. Se re-
corrieron en todas direcciones los
bosques inmediatos, y se regis-
traron todas las malezas, sin que
jamás se lograra encontrarle. Se
mataban lobos pero nunca al que
se buscaba.
Y á la noche siguiente, el ani-
mal como para vengarse, se pre-
cipitaba sobre algún labrador ó
devoraba algunas cabezas de ga-
nado, siempre lejos del sitio por
donde le habían perseguido.
Una noche entró en el corral
del castillo de Arville é hizo pre-
sa á los cerdos más hermosos que
allí habia.
Esto exasperó á los dos herma
nos, quienes consideraban aquel
ataque como una bravata del
monstruo, como injuria directa,
como un reto.
Al amanecer montaron á ca-
ballo y emprendieron la marcha
ciegos de furia.
Durante todo el día recorrieron
los bosques cercanos, sin encon-
trar ni el rastro de la bestia.
Regresaban mohínos al castillo,
al paso de sus caballos, lamen-
tándose de verse burlados por el
maldito lobo.
El mayor dijo:
—Ese animal es verdaderamen-
te extraordinario. Cualquiera cre-
ería que discurre como un hom-
bre.
Y el menor contestó:
—vConvendria quizás hacer ben-
decir una bala por nuestro pri-
mer obispo ó que un sacerdote
cualquiera pronunciara las pala-
bras que son del caso.
A los pocos intentes repuso
Juan:-^El sol enrojece y esto
prueba que el lobo va á hacer
sata noche una de las suyas.
No habia acabado de hablar
cuando se encabritó el caballo.
Abrióse de pronto ante ellos
una inmensa maleza, de la que
surgió uua bestia colosal, qne en
precipitada fuga se dirigía hacia
el bosque.
Los dos hermanos lanzaron un
grito de alegría é inclinándose
sobre el cuello de sus caballos, vo-
laron tras de la fiera, tocando la
trompa de caza para atraer á los
criados.
De pronto, en su vertiginosa
carrera, mi abuelo tuvo la des-
gracia de chocar contra una enor-
me rama que, al herirle en la ca-
beza, le partió el cráneo. El infe-
liz cayó muerto en tierra mien-
tras su caballo desaparecía en la
espesura del bosque.
El menor de los Arville se de-
tuvo, se aj>eó presuroso y cogió
en brazos á su hermano.
Sentóse despues junto al cadá-
ver, colocó sobre sus rodillas la
ensangrentada cabeza, y esperó,
contemplando el rostro inmóvil
del desgraciado Juan.
De pronto sintió un miedo que
no había experimentado nunca;
el miedo de la noche, el miedo á
la soledad y el miedo al lobo fan-
tástico lobo que acababa de ma-
tar á su hermano para vengarse
de ellos.
La obscuridad era cada vez m£s
densa y el frió más terrible.
Francisco se levantó tembloro-
so. toda vez que no ¡>odía perma-
necer allí mucho tiemj>oy se sen-
tía desfallecer.
No se oía nada absolutamente,
ni el ladrido de los perros, ni el
sonido de las trompas; y aquel
pesado silencio de la helada no-
che, tenía algo de extraño y ater-
rador.
Francisco se apoderó del cadá-
ver de Juan, lo levantó y lo colo-
có en la silla para llevárselo al
castilo.
Después se puso en marcha con
el ánimo perturbado, como si es-
tuviese ébrio y se viera perse-
guido por horribles y sorprenden-
tes imágenes.
De pronto vió pasar por el obs-
cura sendero una forma colosal.
El cazador sintió una sacudida
de espanto; la impresión de algo
frío, así como una gota de agua
que le caía de improviso por la
espalda.
Francisco hizo la señal de la
cruz, como un monje perseguido
por el diablo, y pasando del te-
mor á la ira, picó espuelas á su
caballo y se lanzó en persecución
del lobo.
#
Seguíale por todas partes, cru-
zando bosques, cuya situación no
recordaba, con los ojos fijos en
la mancha blanquecina que huía
en medio de la cerrada noche.
Su caballo parecía también ani-
mado de una fuerza y de un ardor
desconocidos.
Al fin el lobo y el ginete salie-
ron de un bosque y entraron en
un pequeño valle, en el momento
en que surgía la luna por encima
de los montes.
El valle era pedregoso y estaba
cerrado por enormes rocas sin sa-
lida posible.
Volviose el lobo, y Francisco,
lanzando un grito de alegría,
echó pié á tierra, con su cuchillo
en la mano.
La bestia le esperaba con sus
relucientes ojos que brillaban
como dos estrellas.
Pero antes de librar la batalla
el cazador se apoderó del cadáver
de su hermano, lo colocó sobre
unas piedras y le gritó al oído,
como si hablara con un sordo.
—¡Mira, Juan, mira esto!
Después se arrojó sobre el móns-
truo. La bestia trató de morderle;
pero Francisco le sujetó por el
pescuezo, sin utilizar el cuchillo
y le estranguló pausadamente.
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Cruz, Pablo. El Regidor. (San Antonio, Tex.), Vol. 9, No. 347, Ed. 1 Thursday, January 16, 1896, newspaper, January 16, 1896; San Antonio, Texas. (https://texashistory.unt.edu/ark:/67531/metapth193059/m1/2/: accessed July 17, 2024), University of North Texas Libraries, The Portal to Texas History, https://texashistory.unt.edu; crediting UT San Antonio Libraries Special Collections.