El Regidor. (San Antonio, Tex.), Vol. 12, No. 507, Ed. 1 Thursday, May 4, 1899 Page: 1 of 4
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San Antonio, Texas, Mayo 4 de 1899.
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Vol. 12. No. 507.
EL SOL DE MAYO!!!
i
Estamos en las primeras ho-
ras del 5 de Mayo de 1862.
Los celajes de ,1a mañana co
mienzan á sonrosarse en el confín
de un horizonte claro por las bri
sas purísimas de la madrugada.
En el fondo del cielo levanta
su frente la Malintzin como la dei
dad ante la cual se prosternaron
nuestros mayores, y más allá
esos dos gigantes hermanos cu
biertos con su armadura de hielo,
que se llaman el Popocatepetl y el
JxtlacihuatU
El Atoyac corre tranquilo rom
piendo en las márgenes de flores
sus cristales transparentes.
La lluvia de la noche con ver
tida en perlas y brillantes oscila
en las hojas de los árboles y sal-
pica la alfombra de esmeralda de
la llanura.
La extensión está sola; algunas
bandadas de pájaros atraviesan
por intéj-valps volviendo á <Msa
parecer y dejando limpia y trans-
parente esa gaza que media entre
el cielo y el abismo.
La ciudad sale de las sombras
de la noche y la luz comienza á
iluminar su blanco caserío, y sus
agujas se destacan con magestad
y elegancia en el záfiro hermoso
de la atmósfera.
Entre las confusas sombras del
amanecer, se percibe una ser-
piente de escamas de hierro que
parece salir del corazón de la
ciudad.
Se escucha el ruido de sus ani-
llos acerados y se adelanta atre-
vida entre las laderas del cami-
no, y sigue su ruta hacia el O-
riente.
Aquel mónstruo es el genio de
la guerra.
Es un ejército que busca con
sus armas el pecho de su ene
migo.
Todo aquel ruido sombrío se
apaga, y el silencio recobra su
magestad y su dominio.
Si un peregrino atravezase en-
tre el crepúsculo de la mañana
por aquellas rocas, no sospecha
ría ante aquel cuadro de paz y
prolongada calma, que estaba so
bre el formidable teatro de una
catástrofe.
n
Rasgóse al fin la bruma del ho
rizonte, y los primeros rayos de
un sol incandescente reflejaron
sobre los volcanes, alumbrando
de súbito la ciudad, y las monta
ñas y la llanura, y vibrando en
un cambiante de gloria sobre las
armas de nuestro ejército, y dan
do de lleno con su esplendor en
esos estandartes venerandos na
cidos en la hora primera de núes
tra independencia!
Las sonoras campanas de la
basílica dieron el toque del Ave
Marta, y como si aquel toque hu
biese sido, no un eco religioso,
sino una señal de alarma, las mú
sicas todas del ejército que iba á
combatir rompieron en sones
marciales, á los que respondie
ron mil vivas de entusiasmo que
repercutieron en el fondo del
valle y en el seno de granito de
las montañas.
El estandarte nacional ondea-
ba en las altas torres de las igle-
sias y de los palacios, y se des-
plegaba sobre el campo de la lid
llamando á la lucha á Sus adver-
sarios.
Aquel sol cuya radiante luz ha-
bla sido llamada por Dios en el
cuarto día del Génesis, llevarla la
gloriosa memoria de una batalla
A las reglones occidentales.
histórica suple en
no-
bre este memorable aconteci-
miento. 0
El General'Zaragoza lia for-
mado su batalla hacia la parte
occidental de su campamento.
La ala derecha de su línea la
cubren los invencibles cuerpos
de Oaxaca, los compañeros de
aquellos valientes que guardan
las tumbas abiórtas por el icen
dio de Chalchicomula.
Allí se ostentan los carabine
ros de Pachuca, los lanceros de
Toluca y los de Oaxaca.
El centro, que es el lugar de
honor, lo ocupan el valiente Be
rriozábal y Lamadrid.con las bri
gadas de México y San Luis.
La izquierda está apoyada en
los cerros do Loreto y Guadalu-
pe, con Negrete á la cabeza de
1,200 soldados do Puebla y Mo-
relia.
Aquel ejército estaba orgulloso
de sus combates y se sentía ca-
paz de afrontar el choque enemi-
go por formidable que fuese.
La artillería sobrante se situó
sobre los fortines de la ciudad.
Zaragoza asumió entonces la
actitud histórica que determinó
en ese día su gigante figura en ,el
mundo de la heroicidad y de la
fama.
Esperó tranquilo la llegada del
enemigo, sus labios permanecie
ron en silencio y en su faz había
algo de sombrío.
Napoleón I estaba triste, dicen
los historiadores, la víspera do
Austerlitz.
IV
Alzóse una pequeña nube sobre
uno de los baluartes del cerro de
Guadalupe y vibró instantánea
mente una detonación.
El enemigo estaba á la vista!
Aquel telégrafo de la muerte
pradujo un estremecimiento ner
vioso en la ciudad, é hizo discu-
rrir un frío terrible en el ejército
de la República.
¡El enemigo estaba á la vista!
Zaragoza sintió el golpe eléc'
trico, y la inspiración cirnió sus
alas sobre aquella frente de gi
«ante.
Corrió sus acicates por los i ja-
res de su corcel y se avanzó á sus
soldados, que yacían inmóviles
viendo el camino por donde co
menzaba á aparecer el enemi
K'o.
—Soldados! gritó con voz de
trueno; os habéis portado como
héroes combatiendo por la Refor-
ma, vuestros esfuerzos han sido
coronados sieinpro del mejor éxi
to, y no una,sino infinidad de ve-
ces habéis hecho doblar la cerviz
á vuestros adversarios: Loma
Alta, Silao, Guadalajara y Cal-
pulalpam, son nombres que ha
beis eternizado con vestros triun
fos. Hoy vais á pelear por un
objeto sagrado; vais á pelear por
la Patria, y yo me prometo que
en la presente jornada, lé con
quistareis un día de gloria. Nues-
tros enemigos son los primeroé
soldados del mundo; pero voso-
tros sois los primeros hijos del
mundo y os quieren arrebatar
vuestra patria.
Soldados!....®., leo en vuestra
frente la victoria. Fé y.... viva la
independencia nacional!.... viva
la patria!
Un grito unísono de entusias-
mo se levantó de aquella muche
dumbre.un sólo gritó que hizo ex-
tremecer los corazones con el
aliento abrasador de la esperan-
za!
Zaragoza recorió la línea dete-
niéndose ante los batallones, de
jando caer un recuerdo de gloria,
una memoria de triunfo, una es
peranza para el porvenir.
Las dianas, las músicas, los
gritos de entusiasmo, se sucedían
como el fuego de la erupción.
Aquel ejército solemnizaba 1
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L. VOLFSON
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Zaragoza estaba satisfecho.
Aquella fiesta patriótica calló
repentinamente al t.oque de aten
ción dado por el clarín de órde-
nes del general.
V
Las guerrillas de caballería ve-
nían batiéndose en retirada y fo-
gueando al enemigo, que avan-
zaba como una nube de tempes-
tad sobre el campo republi-
cano.
Avanzó á lo largo del camino
iniciándose la batalla frente á la
parita de Amozoc.
Repentinamente aquella masa
so cargó á su flanco derecho y en
su movimiento oblicuo llegó al
pié del cerro de Amalucan,
apoyándose en la hacienda de los
Alamos, mientras sus baterías se
situaron convenientemente frente
á las posiciones de Loroto y Gua-
dalupe. ,
Zaragoza comprendió el plan
de Laurencez al ver su movimien-
to de flanco, y con la rapidez del
rayo dió otro orden á su batalla.
Borriozábal con la división de
México, ascendió á paso veloz
por las rocas, y se situó en la
hondonada que media entre los
cerros de Loreto y Guadalupe.
Honra á ese bravo general el
ordon con que efectuó el movi-
miento y su gran serenidad al
frente del enemigo.
El General Antonio Alvarez,
con los carabineros, cubrió la iz-
quierda de las fortificaciones.
A la derecha, formando ángu-
los con los fortines, se extendía
la línea de batalla desde el cerro
de Guadalupe á la plaza de Ro
mán, frente de las posiciones del
enemigo.
A la misma altura del cerro y
sobre el camino que sale para la
garita, se situaron dos piezas de
batalla protegidas por la brigada
al mando .de Lamadrid, quo se
prolongaba en linea de batalla
hasta la iglesia de los Remedios.
Cerraba el costado derecho la
división de Oaxaca apoyada en
la plazuela de Román con su do-
tación de artillería, y á la espal-
da los escuadrones de Toluca y
Oaxaca.
Tal era la situación de los com-
batientes momentos antes de co-
menzar el combate.
Zaragoza sacó su reloj y dijo &
su Cuartel-Maestre:
—Señor general, las once y tres
cuartos.
A esa hora habla comenzado la
batalla de Waterloo.
VI
De aquella nube tormentosa
> en la olma de Amalucan
ESPECIALIDAD EN MUEBLERIA.
lámpagos que deben preceder á
la catarata.
Los zuavos se desparraman en
tiradores, cambiando sus tiros
con las tenaces guerrillas do ca
ballería, que no se replegan has
ta ver salir las columnas de ata-
que.
Cuatro masas compactas de á
mil hombres caminan sobro su
flanco derecho en dirección al ce-
rro de Guadalupe.
Pasan á lo largo del pié de la
montaña siempre en movimiento
oblicuo, hasta ponerse á tiro de
cañón do las posiciones republi-
canas.
¡Qué bello era aquel espectá
culo!
Los soldados marciales de la
Francia, no desmentían esa fama
que ha llegado al apoteósis; ca-
minaban serenos, impacibles,
arrastrando en su paso a juel lujo
de trenes y sin desordenarse al
recibir el mortífero fuego de la
artillería que jugaba implacable
sobre las columnas.
Colocan sus cañones en medio
de aquel huracán de proyectiles,
y responden á la muerte que los
ha seguido en todo su trayecto,
con el bronce de las baterías.
Las columnas atravezaban len-
tas y silenciosas el espacio de
Reinentería que media entre A
malucan y Guadalupe, perdién-
dose entre las ondulaciones y si-
nuosidades del terreno.
Desaparecieron unos instantes:
era que ascendían por las rocas
ocultándose de los defensores.
De repente las cabezas do los
tiradores zuavos con la roja calo
tte coronando su tostada frente,
con la mirada chispeante, asoma-
ron por las orillas de la colina,
ascendiendo atrevidos en pos de
la victoria.
Los fortines hicieron el primer
disparo, y la columna se sintió
conmovida por la metralla.
Entonces la división Berriozá
bal se lanzó como el huracán al
encuentro de la columna, y las
bayonetas se cruzaron, y la san-
gre corrió á torrentes, y la muer-
te discurrió haciendo un estrago
espantoso.
Aquella masa compacta onduló
un instante y retrocedió al fin en
buen orden, hasta ponerse fuera
de tiro.
VII
Un momento basto para que se
repusieran en su moral, los cla-
rines tocaban y las columnas tor-
naron A embestir con denuedo.
Los zuavos, con la desespera-
ción de la derroto, desafiaban A
la muerte con un valor exage-
rado.
& paso
de carga en medio de una tor-
menta de metralla.
Los fuertes de Loreto y Gua-
dalupe vomitaban bronce y nues-
tra linea de batalla permanecía
como una cadena de hierro esla
bonando los dos cerros.
Los regimientos Io y 2o de ma-
rina y los zuavos intentan deci-
dir el combate, y como leones
se precipitan sobro la linea que
los recibe á la bayoneta.
Negrete que había mandado á
los zacapoaxtlas ponerse pecho á
tierra, gritó con ese acento que
Dios le presta sólo á los buenos
hijos do una patria agonizante:
—Ahora, en nombre de Dios,
nosotros!
Aquella voz fué la evooación
sagrada al genio de la victoria,
porque la columna francesa fué
arrollada completamente y pues-
ta en dispersión.
La gritería.dice un testigo pre
sencial, era horrible; al ronco
acento del francés se mezclaba
la aguda gama del zacapoaxtla y
el grito burlón de nuestros solda-
dos del pueblo, apenas distingui-
dos entre los tiros y los clamores
do muerte y exterminio.
En aquellos momentos el pun-
donoroso y valieute general Ro-
jo avisa al general Alvarez que
era tiempo de lanzar la caballe
ría para alcanzar una completa
victoria.
Nuestros dragones se precipi-
tan sobre los restos de la colum
na, que con una serenidad admi
rabie so replega á su campo ba-
tiéndose en retirada.
No habiendo pronunciado aún
su última palabra en la arena de
la liza.
VIII
Laurences estaba perdido y
desmoralizado, dos ataques con
un éxito desgraciado lo tenían
casi demente.
Se propone dar un último asal-
to, pero simultáneo, buscando de
dos probabilidades una de éxito
favorable.
Organiza una columna con los
cazadores do Vinccnnes y el re-
gimiento de zuavos, y torna á di-
rigirlos sobre el cerro de Guada
lupe, mientras pone en marcha
otra compuesta del resto de sus
tropas y ataca la derecha de la
batalla de Zaragoza.
Entonces los zapadores al man-
do de Lamadrid le salen al en-
cuentro, y se empeña un terrible
combate á la bayoneta.
Una casa quo se halla situad^
en la falda del cerro es el punto
objetivo: los franceses se pose-
sionan de ella, y son arrojados
por los zapadores; la tornan á re-
cobrar, y una lucha más san-
grieuta aún se renueva en el sitio
fatal.
El cabo Palomino se mezcla
entre los zuavos y se bate cuerpo
á cuerpo con el arrogante solda-
do francés, y el guión de los zua-
vos pasa á sus manos cuando su
guarda ha lanzado el último sus-
piro por la herida abierta en el
centro del corazón.
—Señor general, gritaba Haro
á Laurencez, habéis perdido en
tres encuentros; dadme las fuer-
zas que os quedan y me compro-
meto á tomar la ciudad por el
lado del Carmen; ha sucedido lo
que anoche os he pronosticado,el
orgullo militar os ha perdido.
—Y quien sois vos. gritó Lau-
rencez, para atreveros á un gene-
ral del ejército francés?
—No es tiempo de recrimina-
ciones, reunid vuestra gente y
emprended el ataque como os in-
dico, porque esa columna que va
sobre Guadalupe será derrotada
irremisiblemente.
—Callad, caballero y dejadme;
aún tengo fé en mis soldados.
—Haced que se bata todo el 99
de linea, aun podéis pretender
una victoria.
—Y con qud me retiro? dijo
-v ^ ,;
Laurencez,sin pensar en la pi
da que había soltado.
Haro y Almonte se vieron
asombro, Laurencez tenía ra
Los mexicanos que milit
á la orden de los franceses,
ban admirados, no podian ci
lo que palpaban en aquellos
mentos.
Los franceses se creían pj
de una pesadilla horrible.
IX
Las nubes se habían cond<
sado y flotaban en los picos
las montañas.
Obscurecióse el cielo y ui
sombra obscura cayó sobre aq
campo escarbado y lleno de
dáveres.
Desprendióse una horrible tor-
menta confundiendo los truene
del rayo con las detonaciones
la artillería.
Abriéronse las cataratas de U
nubes y el agua cayó á torrent
envolviendo á los batalladores.
La lluvia había terminado
derrota de Waterloo.
La columna ascendía con dií
cuitad en medio de la torment
que se desplomaba, los toques
los clarines no cesaban de mi
dar el asalto.
Compromotiose el combate
una manera terrible; Zaragoz
que veía lleno de ansiedad cuani
pasaba, envió á paso veloz al
tallón Reforma en auxilio de „
cerros donde zuavos y cazador*
se disputaban la victoria.
Los mexicanos saltaron li
trincheras, jugaban el todo
el todo.
Los franceses llegaron hast
los fosos.
En los parapetos de Loreto
bíauina pieza de batalla que
cía un formidable estrago en
filas de los asaltantes; entone
los zuavos hicieron un empuje de
sesperado y se arrojaron sobi
la pieza.
En aquellos momentos el art
lloro tenía en las manos el
yeetil que iba á colocar en la
ca del cañón, sin que hubiese
nido tiempo por la rapidez
quo el zuavo había llegado al
rapeto.
Tras de aquel hombre ve*
una multitud, que una vez
derado del fortín, levantarían
moral de su ejército y se
en un instante la gloria adqi
rida á costa de tanto sacrificio.
El soldado arrojó el proyect
á la cabeza de su adversario,
horido mortalmente, rodó en
foso del parapeto.
Los zuavos retrocedieron,ai
zó la línea mexicana, y ya en<
nizada en el último combate,!
billó á los franceses y se gozó
niestramente en su derrota.
Aquellos valientes que habí
tocado con sus manos las piedi
de los fortines no sobreviví®
á la catástrofe de su ejército
la vergüenza de su bandera.
X
Cuando las columnas envi.
por Laurencez llegaban á los
tinez de Guadalupe y Lore
fuerzas francesas se des
á la posición del general
avanzando protegidas por u¡
cuadrón y una linea for
de tiradores.
El valiente general m
en auxilio del batallón de
Luis que estaba A punto de
envuelto por el enemigo.
Movió en columna al
Guerrero á las órdenes de
nez, desplegando intantáne
to su batalla ganando el M
á les franceses.
Empeñóse un serio
siémpre avanzando y
retroceder al enemigo.
Habiendo adelantado
cia las posiciones da
que estaba proxi
quedar aislada 'y
entonces * *"
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Cruz, Pablo. El Regidor. (San Antonio, Tex.), Vol. 12, No. 507, Ed. 1 Thursday, May 4, 1899, newspaper, May 4, 1899; San Antonio, Texas. (https://texashistory.unt.edu/ark:/67531/metapth193184/m1/1/: accessed April 26, 2024), University of North Texas Libraries, The Portal to Texas History, https://texashistory.unt.edu; crediting UT San Antonio Libraries Special Collections.